PALABRAS DE VICTORIA

La adoración, camino para el encuentro



Pasaje

Juan 4:23 Pero se acerca la hora, y ha llegado ya, en que los verdaderos adoradores rendirán culto al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren


Oración

Te amo Señor, reconozco mis faltas, me arrepiento y pido perdón. Doy gracias por Tu amor, más grande que mi imperfección.


Declaración

Declaro mi adoración a Ti. Tu eres el Señor. Como dijo el profeta, mías son las faltas y sabio arrepentirme de ellas, Tu siempre estás cercano al que te busca de corazón.

Desarrollo

Ayer hablábamos algo acerca de éste tema de tanta importancia. La palabra usada en el griego, que es el idioma original en el que fue escrito el Nuevo Testamento, se refiere a la forma de acercarnos a Dios. Esa palabra, quiere decir literalmente, “el perro que besa la mano del amo”. Recuerdo la primera vez que me crucé con éste concepto. No me gustó. Pensé enseguida en que yo no era un perro y traté de pensar en alguna explicación para tan odiosa comparación. A los pocos días, mi amada perra raza samoyedo llamada Saba, me ayudó a entender el asunto. Digo amadísima, porque verdaderamente lo era. Disfrutaba terminar los días de verano, luego de una jornada cansadora, sentado en mi patio tomando algo fresco y acariciándola hasta que quedaba dormida a mis pies. Si tienes o tuviste una mascota amada, seguramente me entenderás. Era imposible salir de la casa y no tenerla pegada, deseando más caricias. En una ocasión, increíblemente, descolgó mi camisa preferida de la soga en la que se estaba secando y la convirtió en varios pañuelos que esparció por el parque. ¡No podía creerlo! Había hecho cosas así de pequeña, pero hacía tiempo que no me daba esas sorpresas. ¡La reté tan fuerte! Entendió claramente mi enojo y se dio cuenta que de pronto el error había generado distancia.

Esa noche de verano, luego de acostar mis hijos, salí al patio como siempre, me senté en mi silla de siempre y observé que todavía había quedado en el parque un pedazo de camisa. La escena era la de siempre, yo sentado en mi silla preferida tomando algo fresco, pero algo faltaba. Sin darme cuenta, algo peludo vino de atrás y con mucho cuidado lamió mi mano, corriendo el riesgo de una nueva reprimenda. Ella no podía evitar acercarse, yo no pude evitar acariciarla nuevamente. Nos acercamos a Dios, conscientes de nuestras faltas. Nos arrepentimos de corazón porque estar con El, es todo. Pedimos perdón y suavemente besamos.

Su mano. No habrá reprimenda para el arrepentido, para el alma que le busca de corazón.